jueves, 16 de febrero de 2012

Luna ladrona

Y la noche fenece, tristemente, a manos de la prístina luz del alba, y en ese hálito de vida robada, entre sollozos por las estrellas, la atmósfera nos regala su estallido dorado, el germen de un nuevo día. Solamente es la manera de poder ver entonces que el fulgor de luna no es más que otra parte del artificio, de la ensoñación. Adoramos ese ente como poseedor de luz propia, admirando la mentira en el reflejo rodeada de oscuridad. Pero la mañana se muestra sin intermediario. El verdadero sol irrumpe, magnánimo, con la luz que le es propia, en su talante, en su naturaleza. Nos baña, con la verdad de un planteamiento honesto, desmedido, devastador. Y recorre los confines de nuestros cuerpos tibios, paliando el desasosiego por la ausencia de esa luna, hipnótica, que en su recuerdo nos eclipsa envuelta en el delito del robo que le otorga esa delirante belleza. Y veneramos el robo, le somos cómplices, queremos vivir su oscuridad, y mirar sólo la llama lejana rodeada de destellos.

¿Por qué no amar el día con el mismo ahínco férreo? ¿Por qué no amar un sol protector que nos da calor?

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