jueves, 23 de agosto de 2018

El camino al matadero

Cuando empecé a trabajar en aquel diciembre de hace casi cuatro años, coincidía muchas veces en la carretera con camiones llenos de cerdos. Los miraba, en su condición de esclavos atrapados, y miraba nuestro coche, donde por aquel entonces éramos cinco hacinados. Y pensaba sinceramente que nuestro camino era semejante. Ellos van al matadero, van ese día, a esa empresa cárnica. Serán procesados y morirán. En su condición de esclavos del sistema no pueden decidir. Pero nosotros... Nosotros asistimos cada día, y vamos muriendo en cuotas pequeñas, diarias, y deseamos que llegue el día en que no nos toque trazar de nuevo esa ruta. Pero también somos esclavos, esclavos con conciencia de serlo, y lo que es más atroz, con voluntad de no serlo y capacidad para decidir.

La fortaleza a veces reside en saber decir basta y virar tu rumbo si es necesario, para que esta tormenta no se lleve lo que queda de ti.

Suelo sentirme fuerte en relación a la mayoría de personas que conozco, pero divisar a simple vista el horizonte al que quiero llegar no me resulta fácil. Como la mayoría, tengo muchísimo más claro donde no quiero estar, lo que no quiero ser, lo demás son las oceánicas posibilidades.

Reconozco que el camino al matadero ha conllevado conseguir aquello mismo que me librará de seguir sacrificando mi existencia y desperdiciar prácticamente once horas al día.

Soy capaz de ver por qué tenía sentido, por qué sigo un día más. Pero reconozca el buen lector que este tiempo verbal es ya pasado y que el momento de ser fuerte y valiente es inminente.

En esa empresa estamos...