domingo, 25 de agosto de 2019

Interferencias

Hace poco leí otra frase en la que he pensado bastante esta semana: Ni en un día se ama, ni en dos se olvida. Lo tengo bastante en cuenta.

Cuando empecé con el chico del verano sólo habían pasado unas semanas de terminar con alguien con quien había compartido cinco años de mi vida. Realmente sentía que esa persona me estaba salvando de caer otra vez en un error reiterado. Sentía amor, pero no se deja de querer de repente. Los sentimientos se transforman, y se recuerda el modo y el momento en que te sentías bien. Vas olvidando lo malo con el tiempo. Perdonas.

Empiezas a disfrutar instantes al lado de alguien nuevo, descubres otras maneras de hacer y de sentir, preparas tortitas entre risas y vas de viaje o a conciertos, y construyes poco a poco hasta que sientes que es sólido.

Quizá el error fue pensar que era sólido muy pronto, casi desde el principio, cuando aún nos estábamos conociendo. Y que esta semana leas que el problema fue dejar de ser la mejor versión de nosotros mismos... es triste.

Sea como fuere, siempre lo intenté. No me rendí en ningún momento, no miré atrás añorando a nadie, no me refugié en otra persona que no fuese él, traté de dar lo mejor a pesar de lo peor, me esforcé por ser un apoyo para quien ya no se apoyaba en mí, y no pudo ser.

Digamos que fue tan infructuoso como el que siga leyendo este blog. Y que no voy a dejar de utilizarlo como medio de expresión. Lo siento. Pero no siento en absoluto escribir si me vuelvo a sentir feliz.

En fin, ha sido una semana con muchos contrastes. Quizá necesaria para cultivar la paciencia. A veces siento que podría soportar ya cualquier cosa. Que todo puede fallar porque es lo habitual, que es mejor que me centre en lo que puedo controlar, lo que está en mi mano que funcione, y por eso trato de ser una adulta responsable y me hago cargo de tareas que nadie quiere hacer porque sé que puedo con ello. Otros meses me he sentido mucho más vulnerable que ahora.

Igual es que quiero tener presente que mi parte racional pesa sobre la vehemente que se ilusiona tanto y sin miedo que se pone en riesgo emocional constante y deja de mirar por sí misma. Pero sin duda disfruto mucho cuando no pretendo ser perfecta y me dejo llevar.

Una de las cosas que más me duelen es saber que cómo soy por dentro ha dejado de gustar a alguien, hasta ahora sólo me había pasado una vez y hace mucho tiempo. Y me preocupa porque en los últimos años cultivar mi belleza interior ha sido mi máxima aspiración. A partir de los veinte me fui centrando en ser una mujer atractiva, en preservar el estilo y la esencia que me diferenciaba y caracterizaba. Mucho más consciente que antes de que la apariencia física es algo fugaz. Llegar a los treinta siendo la persona que quería. Y en parte estaba contenta. Estoy contenta en realidad, pero sí que es cierto que me ha hecho dudar un poco. Básicamente porque creo que soy más guapa por dentro que por fuera. Que soy fuerte a pesar de ser sensible, que aún puedo contemplar la belleza del mundo con cierta inocencia a pesar de mi experiencia. Pero no ha sido suficiente...

Escribo todo esto para recordarme que cualquier proceso de readaptación requiere tiempo, y que no todo el mundo se regenera al mismo ritmo que yo. Y que si quiero que me quieran bien más me vale que sea por quien realmente soy.

...

El amor es para el frío, y apenas ha llegado septiembre...

martes, 20 de agosto de 2019

La mecánica del corazón

Me gusta cuando la vida no siente ninguna piedad por mis ilusorios proyectos mentales. Me hace gracia, aunque no siempre la tiene. En este caso se me hace demasiado entrañable el recordarme en Mallorca pensando que iba a estar sola una larga temporada, y que no quería enfrentarme a otro fracaso hasta dentro de muuuucho tiempo. Como es lógico, la segunda parte sigue vigente. La primera no tanto.

Fue una suerte que la chica con la energía del sol me pusiera al corriente de la vida de sus amigos, igual que lo fue ir a su cumpleaños, y que ese detalle, inocuo en aquel momento, posibilitase la cadena de acontecimientos posteriores. Porque sin dicha información difícilmente habría aceptado ir a comer el día 29 de julio.

Todo ha seguido el correcto orden lógico para que mi pasada aspiración suene ahora cómica, lo que menos deseo es estar sola. De hecho, me paso los días imaginando alternativas posibles a mi situación. De repente veo factible alquilar el piso y no buscarme otro alquiler en Murcia, precisamente. Pero quizá para eso estaría bien teletrabajar dos días, o tener un contrato indefinido... Aún así puedo construir cualquier alternativa si alguien me importa, no me parece un problema. Lo que me sigue desbordando a veces es cuestionar si tendré la capacidad esta vez de hacerlo bien. Y hacerlo bien significa no herir a nadie, porque sufrir nunca me asusta.

Me cuesta aún ser consciente de que la realidad se haya transformado tan rápido, y vivir con tanta intensidad situaciones nuevas. Mire donde mire todo me gusta y me ilusiona, y sonrío cuando lo pienso en el trabajo. No quiero dejar de sentirme así pero también quiero avanzar. No creo que me perdonase dejar pasar algo tan increíble.

Supongo que la vida siempre demuestra que hay personas mejores, lo que pasa es que no confiamos en encontrarlas.

No quiero divagar mucho, pero he tenido mucha suerte.

Fiiiiiin.

lunes, 12 de agosto de 2019

La importancia de la alegría

Cuando estaba en la universidad una de las amigas que ahora es escritora ponía siempre una frase en su estado que me llamaba la atención: La importancia de estar alegre. Cuando la leía pensaba en la simpleza de esas palabras como si fuera algo demasiado sencillo o evidente y llegué a identificarla mucho tiempo con ella. No podía imaginarme entonces que sería el componente que durante años se ha escapado en mi ecuación.

La pulsión por ayudar o sentirme útil para alguien me ha llevado a relacionarme con perfiles muy atormentados, depresivos o dañados, donde sentía que tenía una oportunidad para mejorar su vida. Una parte activa que me hiciera sentir bien. Pero chocaba una y otra vez planteando ser un apoyo para quien no quiere cambiar o no valora excesivamente lo externo porque está inmerso en su propia tristeza.

Este fin de semana he visto muy claro donde estaba el problema. Jamás enterré el amor en polvo de luna, pero sí la ilusión. Ilusiones grandes que se hiceron pequeñas, que juzgadas por otros ojos no tenían importancia. Como reír en voz baja pudiendo hacerlo a carcajadas.

De repente he sido muy consciente de que el error fundamental durante años era ir rebajando la intensidad de mis sueños, alejarme del brillo que desbordan las personas que hablan sin miedo de lo que temen y anhelan, sólo porque los demás vivían en el plano terrenal donde mi alegría podía ser producto de algo que viesen ridículo.

He ido desdibujándome sin darme cuenta. Perdiendo la armonía y la viveza de aquella época en la que no tenía miedo a arriesgar y pensaba que podía con todo. Que corría persiguiendo autobuses o saltaba si me apetecía aunque me mirase la gente, que bailaba porque la vida me parecía maravillosa.

No me había parado a analizar que la alegría es un material de construcción tan vital como el oxígeno, y que brota en el camino de los soñadores, que acaban convirtiéndose en hacedores de su propio camino.

Y siento que aquella persona que comentó en el blog que estaba volviéndome conformista tenía razón, aunque contestase lo contrario. Porque es duro admitir que cada decepción te va restando fuerza. Reconozco que me asalta cierto vértigo de encontrarme de nuevo con sensaciones que creía un poco muertas. Pero ese es el encanto real: levantarte una mañana y darte cuenta de que de nuevo estás viviendo. Que el ahora es el tiempo perfecto porque todo lo demás no existe ya. Que la oportunidad que esperaba de otros tenía que dármela yo misma. 

Así que no sólo me siento alegre, es que soy feliz. Y creo que puedo volver a hacer crecer mis ilusiones. Porque en la escala del uno al diez de cómo ha sido este finde de perfecto, elijo el diez.