miércoles, 14 de julio de 2010

... y no volar demasiado alto

La princesita hoy estaba triste, no es más ni menos que la hija de mi jefa. Nadie elige donde nacer, sé que llegará el día en que odie su castillo (por mucho lujo que haya en él, por muy cómodo que en parte le resulte). Todos somos víctimas inocentes de nuestro mundo, sólo la capacidad de adaptación puede llevarnos al éxito. Moradores sin morada a fin de cuentas. Llega el día en que decimos basta.

Me encanta llegar a casa con la sensación de haber aprendido algo. Siento que a parte de escuchar me escuchan (por fin), que las palabras no son vanas ni derramadas porque sí, sino que construyen y estructuran pensamientos que se canalizan en respuestas sensatas, aunque no siempre se llegue a acuerdos comunes. Hace un tiempo escribí en este mismo blog:

Quiero un filósofo como yo en mi vida con el que chocar mil veces, teorizar, contrastar hipótesis, que me haga callar, que me desmonte, cuya tesis me trastoque y me haga llorar cuando llegue a casa, que de esperanza con otras, que me haga reir, que infunda en mí fuerza y valentía sin límites, que me valore y me respete, que quiera construir caminos convergentes y compartir conmigo esta vida eternamente irreversible.

No es que sea tan romántico, pero en parte es parecido. No me cuesta dar opiniones ni hablar de cualquier tema estrambótico. No soporto el peso de un juicio insoportable, sino todo lo contrario, cosa que amplía el margen de confianza en gran medida. Pero bueno... tampoco es cuestión de relatar tomas de contacto. Prefiero dejarme sorprender y no volar demasiado alto.

Siento cansancio a ratos por tanto de lo que ahora queda tan poco. Tengo que pensar un momento en el futuro, pero no me apetece demasiado. Quizá mañana...


A veces la mente y el cuerpo van completamente aparte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario