domingo, 4 de marzo de 2012

y en mitad del relámpago llegó el mal de altura

Cuando estaba en primero de bachillerato me encantaban las clases de filosofía. Esa asignatura dió sentido a todo lo que me atormentaba, lo que me motivaba... digamos que conectó con mi mundo secreto apartado de lo que no dejaba ver a los demás por aquel entonces. Acabando ya ese curso, me senté con mi profesor a hablar con él, los dos solos. Se llamaba Belchí de apellido, siempre lo llamábamos así, ahora no sé si su nombre era Miguel o Emilio... ni idea. El caso es que era un hombre muy característico, con olor a café rancio, pelo grasiento tipo cazo, grandes gafas que le hacían los ojos enormes, voz de cuento, mirada penetrante, ideas rocambolescas, mente con cierta lascivia erótico-festiva, pasado de porreta... Para mi ese hombre era increíble, y la verdad, sentía miedo de que el siguiente profesor me decepcionase. Normalmente uno no suele esperar nunca que llegue algo mejor. Pero bueno... él me dijo que me animase, que el otro profesor ¡¡sabía mucho más que él!!, que me encantaría su clase.

El curso siguiente, segundo de bachillerato, lo impartió Buenaventura San Román San Román, posiblemente el docente que más me ha marcado. Aunque son muchos, del mismo centro. He hablado antes de él, creo, pero bueno... es de las personas que más he llegado a admirar, que más cosas me ha hecho ver, que me ha valorado como persona a pesar de ser una adolescente de 17 o 18 años... supongo que me te hacía sentir importante. Digamos que tomaba en serio y con sumo respeto la opinión de cualquier persona, que su reflexión era una filosofía tan válida como la de cualquier otro, aunque se llamase Kant o Descartes. Me dijo que era una buena filósofa. Me pasaba las excursiones hablando con él, mientras todos los demás pasaban o iban a divertirse. Yo quería escucharlo todo el rato, quería debatir todo el rato, quería dialéctica, quería aprovechar el tiempo de verdad. El hombre estaba casado felízmente después de haberse salido de seminarista por amor. Nos contó algunas otras cosas divertidas sobre su juventud que no voy a comentar por haber escrito su nombre, pero bueno. Era un amistoso hombre mayor de brazos cortos en relación a su cuerpo, que se perdía en la contemplación de los ombligos de las chicas de clase sin poder evitarlo. Digamos que no todo el mundo veía comprensible que yo viviese con tanto fervor la clase. Siempre empezaba las frases con su "es inmensamente interesante..." se cuestionaba todo. Adoptaba la postura del pensador de Rodin para analizar unos segundo antes de hablar, para elaborar un planteamiento más ordenado. Cuantas cosas...

Sí, es inmensamente interesante... la vida, la percepción, la connotación. Debe ser que todo lo que es claramente malinterpretable sea malinterpretado por cualquier tipo de persona sin excepción. Quizá ni siquiera es una malinterpretación, sino una interpretación distinta a la pretendida, y así suena todo mejor. Quizá no había ningún plan previo simplemente. Quizá el plan no puede preverse, ni siquiera desearse, simplemente es algo que puede pasar o no.

No sé si atraigo lo que niego, o me acerco yo sola. No sé si niego algo, ni siquiera si me suena convincente. Es demasiado pronto... es demasiado tarde... creo que pensar en esas cosas es tan ingénuo como creer que algunos pequeños actos sean inócuos. Se me hace un poco cansado teorizar siempre sobre el qué pasará, sobre todo cuando el ahora me gusta. Ese era un poco el plan, hacer que contase más el presente. También mi presente es algo mejor ahora, más equilibrado, con algo más de ilusión.

Creo que necesito impregnarme de cosas que me motiven a crear, a salvar ese máster que se va a convertir en una losa por mi culpa. Todo es simple y complejo, ¿por qué vamos a contemplar su complejidad aún disfrutando de su simpleza?. Es posible que ese plantemiento sea el dichoso carpe diem que siempre he detestado.

Quizá nada estaba descartado, ni siquiera medianamente meditado. Todo se resuelve en su proceso. El principal factor limitante suele ser el miedo. Pero bueno, la experiencia no es tan sabia como dicen, todos volvemos a equivocarnos, a veces porque queremos.

No sé porqué exactamente he comentado lo de mis profesores de filosofía, pero creo que lo sé perfectamente. ¿Se puede sentir eso?. En realidad no es un paralelismo tan parecido pero sí que denota algo de mi.

Igual estoy demasiado perdida como para buscarme en alguna parte. No quiero empezar nunca a predicar cosas que no practico, aunque con lo de la asistencia a clases esté fallando.

A ver qué pasa...

1 comentario:

  1. Hola. No sé quién eres y este artículo, al que he llegado por casualidad, es de hace ya 9 años, pero sólo quería comentarte que yo también fui alumno de Buenaventura San Román (no recuerdo el año, quizá 1987) y guardo un grato recuerdo de él. Recuerdo ciertas situaciones en clase, conversaciones con él, y hasta su ayuda cuando tuve cierto problema personal. Me alegra saber que no soy el único. Y quién sabe, igual te conozco y hemos compartido aula.

    En cualquier caso, un saludo y gracias por escribir esto y ponerle además como título una frase de Vetusta Morla.

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