domingo, 20 de febrero de 2011

La importancia de Copenhague

A veces soy una 'nena' y me giro en la cama si estoy a punto de llorar hasta tranquilizarme y evito que se note que me importan mucho las cosas.

Nunca he tenido una canción favorita, pero siempre que escucho Copenhague de Vetusta Morla pienso que podría serlo. Mi vida tiene una banda sonora original curiosa y llena de contrastes, y a veces me vienen frases, pero si tengo que hacer un análisis continuo toda ella podría estar inscrita en esos versos.


Él corría, nunca le enseñaron a andar,
se fue tras luces pálidas.


Él es cualquier chico que haya amado y haya perdido, no habiendo encontrado alguien que sinceramente le enseñara que el amor merecía la pena, que no siempre se pierde, que se puede vivir y disfrutar de él. Por eso corre, huye de volver al dolor, no confía en que se pueda andar, deleitarse con ese estado. Se ha dicho a sí mismo que no lo necesita. Desde entonces ha podido dedicarse a tener tibios encuentros que no demanden nada emocional por su parte.

Ella huía de espejismos y horas de más.

Ella es cualquier chica que como ese chico, y como yo misma, o cualquier pseudomujer de veintiseis años, haya amado y haya perdido. No tiene porqué haber dejado de creer en el amor pero está harta de hombres que parecen ser lo que no son, de tíos que fingen que le importas, de invertir su tiempo y sus esfuerzos en construir algo que resulta ser ficticio, humo, así que lo mejor que se puede hacer es temer de primeras, y pensar que cualquier alarde de fortaleza es sólo un escudo, porque todos hemos sido dañados.

Aeropuertos. Unos vienen, otros se van,
igual que Alicia sin ciudad.

El ritmo del aeropuerto consiste en miles de personas que se juntan un momento y se separan para quizá no volverse a ver. Como las personas con las que uno puede encontrarse a lo largo de la vida. No tienes ni que sentirte própiamente tú, algunas ni siquiera llegan a conocerte. No eres más que Alicia sin su país de las maravillas. Te sientes un extranjero en tierra extraña, la felicidad es algo que queda tan hipotético como esas maravillas. El aeropuerto en sí mismo implica cierta espera, preocupación, cierta esperanza, algo de vértigo, cambio, tránsito...

El valor para marcharse,
el miedo a llegar.


Aquí no creo que haga más que equiparar la partida de lo conocido, de la propia autonomía personal en contraposición con lo desconocido, lo ajeno, implicarse emocionalmente con alguien, poner tus esperanzas en otra persona. Lanzarse o no, enamorarse, dejar de hacer todo por tí mismo y hacerlo por los dos o hacerlo por el otro. Sí o no.

Llueve en el canal, la corriente enseña
el camino hacia el mar.
Todos duermen ya.


No he estado en Copenhague, pero aquí se elabora una alegoría respecto al paisaje regodeándose en esos estados contemplativos por los que nos da cuando tenemos el corazón lleno de lluvia, todo puede estar en silencio mientras ahondamos en nosotros mismos para encontrar la posible solución a todo lo que nos está sucediendo.

Dejarse llevar suena demasiado bien.
Jugar al azar,
nunca saber dónde puedes terminar...
o empezar.


Pensar en que saldrá bien es precioso, nos llena de júbilo, no queremos pensar siquiera en que pueda salir mal, sólo queremos empezar, llenarnos de esa persona, sentir sólo lo bueno, olvidar que puede ser el principio de nuestro propio fin, que igual podría destruirnos y destrozarnos como alguna vez nos hicieron. Que puede hacernos tocar fondo. Aunque igualmente, no sabemos si eso puede llevarnos a la felicidad, esa que no es más que un sueño (ese país de las maravillas) en el que apenas pensamos para que no nos duela (porque creímos en él un tiempo y no sucedió, a pesar de haber dado lo máximo de nosotros mismos). No sabemos si eso puede ser el comienzo del resto de la vida que realmente merece la pena. Y nos da miedo, el hecho de poner tus esperanzas 'otra vez' con el riesgo de perder y caer...

Un instante mientras los turistas se van.
Un tren de madrugada
consiguió trazar
la frontera entre siempre o jamás.


Aquí el instante puede ser el dejar de percibir a todo el mundo como sólo gente que no logra "tocarte" (o dejar las relaciones esporádicas) y montarte en ese tren con una sola persona. Si subes puede ser siempre, si no, será jamás.

Llueve en el canal, la corriente enseña
el camino hacia el mar.
Todos duermen ya.


Pensar, ensimismarse (idem)

Dejarse llevar suena demasiado bien.
Jugar al azar,
nunca saber dónde puedes terminar...
o empezar.


El riesgo de que salga bien o mal luchando todo el tiempo con nuestras absolutas ganas de disfrutar de ese momento (idem)

Ella duerme tras el vendaval.
No se quitó la ropa.
Sueña con despertar
en otro tiempo y en otra ciudad.


Cuando lloro mucho suelo quedarme durmiendo después aunque sea sólo un rato. Cuando se extiende a días puedo dormir horas y horas a menos que me de insomnio, cosa que también ocurre. Suelo llorar por no sentirme correspondida, por sentirme estúpida, no valorada, no querida, pero sigo esperando, como lo de no quitarse la ropa. Sigo lista, soñando con despertarme, como la bella durmiente sí... despertar y que todo sea como deseo, en un espacio y un tiempo perfecto.

[esta parte es mi favorita y es normalmente cuando lloro, pero luego empieza la siguiente estrofa con mucha fuerza y me da bastante ánimo, y no me arrepiento en absoluto de dejarme llevar ni de jugar al azar y no saber donde puedo terminar... o empezar]

Dejarse llevar suena demasiado bien.
Jugar al azar,
nunca saber dónde puedes terminar...
o empezar.



Vetusta Morla identifican a generaciones en todos sus temas. No sé si mis sentimientos tienen algo que ver con sus fines pero encarnan, no sólo mis experiencias pasadas, presentes y quizá futuras, sino que me hacen ser consciente de que no estoy tan sola ni tan equivocada.

Una de mis frases favoritas de hace bastante tiempo era: Amar no es mirarse el uno al otro, es mirar juntos en la misma dirección. (Antoine de Saint-Exupery)
Nadie puede mirar en la misma dirección si se está corriendo siempre en una dirección opuesta.

Hace ya un tiempo que dejé de correr.

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