jueves, 28 de noviembre de 2013

Mi mazurca

El sábado pasado cené en un restaurante asiático y no sé por qué a partir de entonces tengo dolor en el estómago, no es que me afecte a nada más, pero cada vez que como algo me duele bastante y es como si me costase digerir. Seguimos a jueves y no me siento mejor. Pero realmente menciono este suceso, que es lo más nimio de mi cotidianidad, como punto de partida para comentar que por fin he retomado Anna Karenina como se merece. Pensé en escribir una entrada titulada "Karenina congelada" por todo el tiempo que tenía aparcada la obra, y, al menos, esta semana ha logrado que la siga.

Hay una parte del libro en la que uno de los personajes, Kitty, una bonita joven que comienza a despuntar en sociedad, sintiendo amor por otro joven que la cortejaba hasta ese entonces, se reserva para bailar con él. Kitty llega a rechazar a cinco pretendientes, por el deseo intenso que tenía de bailar la mazurca con dicho joven. Pero cuando llega la hora del baile el joven saca a bailar a Anna y la desolación de Kitty se va palpando con cada movimiento. Se ve sola, y no importa que su madre le consiga inmediatamente otra pareja de baile. El baile para ella ha terminado.

Creo que he pasado demasiados años esperando bailar la mazurca con un joven que nunca me amó, y supongo que el resto de pretendientes ahora bailan felices sus vidas con doncellas que les prestaron más atención. No puedo quejarme porque haya despertado del ensueño y de repente escuche los primeros acordes, y me perciba completamente sola en la pista, sin pareja, cuando todos están bailando o listos para hacerlo. Supongo que es demasiado injusto que ahora desee ser feliz.

Esto no va de ninguna forma y me lleva a pensar a ratos que a las mujeres a las que suele irle bien en el amor es precisamente porque no preguntan y no respetan, sólo imponen. Que ofrecer condescendencia o autonomía, comprensión o lo que quiera llamarse, no es más que cavar tu propia tumba y dar margen para que no te necesiten. Cuando pasas, cuando eres realmente despreocupada, frívola y caprichosa, entonces el éxito llega fácil, es ilógico pero es cierto. Y no hay más.

Puedo quedarme perfectamente sentada mientras suena la música por mucho que soñase el bailarla con alguien, estoy acostumbrada al fracaso. Puedo seguir deseándolo en mi mente y asumir que como tantas otras cosas no me ha tocado a mi, por mucho que haya buscado la ocasión. La oportunidad tiene que presentarse o tienen que dártela. Quizá sea tarde para desear.

No hay comentarios:

Publicar un comentario