miércoles, 16 de octubre de 2013

Pasando

Hay seres tan indiferentes que no me inspiran ningún sentimiento a la hora de dedicarles unas líneas, pero la traición es algo que detesto, así que como observo que causa expectación sólo le diré a ese adolescente que conocí en el lugar prácticamente perfecto que a día de hoy no goza de mi confianza, no sólo porque sus acciones y maneras de proceder son inefables y progresivamente se vuelven más inestables y egoístas, sino que no responden a fines coherentes con lo que son sus hipotéticos principios (y ese tipo de gente está perdida). Nadan y nadan en demagogias, quebranto constante de valores humanos - adviértase la diferencia con respecto a morales - y refugios turbios en salvamentos que no son tales para seguir nutriéndose de excusas inmaduras acerca de quién es responsable o no de su desgracia, volviendo una y otra vez a lacras que a los veinte años más vale tener superadas (y más en los tiempos que corren). Un despropósito. De ahí que el hecho de elegir posicionarse en un bando u otro me deje a este lado de la ecuación. Mi identidad es algo que filtro yo, y comparto con quien quiero, así que más vale no tenerme como enemiga (sobre todo cuando eres un delincuente a ojos de la ley). El resto de secuaces ni merece mención.

Tampoco es que me sorprenda, no se puede esperar respeto de quien no sabe respetar, ni (esto muy importante) de quien no se respeta a sí mismo, de quien altera los patrones que propone en cuestión de una semana, de quien dilapida bienes ajenos sin condescendencia, de quien está mal porque no tiene el valor de estar bien, de quien es una absoluta máquina de autocompasión que no genera nada productivo a las personas que, bien o mal, lo han convertido en quien es. La omisión de auxilio a una hermana, como otro ejemplo, y ese tipo de razones...

Mis entradas pueden resultar llamativas por la forma en que he hablado de mi familia, por ejemplo, pero, por supuesto, nada de lo que exprese aquí es algo que no haya dicho a la cara, de ahí que las frustraciones que poseo están más relacionadas con lo que espero de mí que de lo que espero de los ellos, porque sinceramente: hace ya bastante tiempo que no espero nada de nadie. Y soy muy consciente de que la gente baila su son y quieren que bailes tú con ellos, que no bailes o que los dejes bailar, y, muy especialmente, que no bailes mejor que ellos.

Metáforas aparte, en esta ficción autobiográfica que a veces logra teñirse de literatura, no hay lugar para quien juega a dos bandas, ni los "amantes" de zorras, ni los "amantes" de zorros, o ambos sexos (y quien me lea sabe que entrecomillo la palabra amante porque en castellano está fatalmente utilizada) y como llevo una racha descorazonadora estoy de bastante buen humor, justo el humor francés del desconcierto ante la evidencia de lo patético de la existencia humana. Soy de las que ríe cuando algo grave pasa como mecanismo de defensa, para canalizar el nerviosismo o pensar mientras, pero esta vez puedo sonreír con tranquilidad ya que ni los desencuentros, ni los extraños desafíos-burlas cibernéticos, o las pobres alianzas entre enfermos mentales causan afectación en mi cotidianidad.

Lo siento por vosotros.

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