No es congénito

No sé si alguna vez habréis visto la imagen de una tortuga que desde pequeña ha crecido enredada en una brida o un plástico de forma que su caparazón ha crecido amoldándose a esa circunstancia de opresión y que de poco sirve liberarla al fin de esa atadura cuando nada volverá a ser de otra manera...

Hay una parte de mi completamente dañada y por mucho empeño que le haya puesto, que le siga poniendo, no se recupera. Había un espacio delimitado para el desarrollo de esa parte, existiendo todo el espacio sin embargo, sólo se podía contar con ése, y en base a eso me moví, lo que pude o creí hacerlo, pero no fue suficiente. No lo siento suficiente y ya nada puede hacerse. Ese tiempo ya no existe, no está. Y por una parte quiero volverme loca, gritar, correr, alejarme para siempre de todo lo que se asemeja a esa tortura, y sin embargo, la mayoría del tiempo sólo puedo estar paralizada, desmoronada ante la idea de que eso haya sucedido. No encuentro en mí siquiera el sentido para mejorar las cosas cuando el resumen es que mis deseos, los más sinceros, se han quedado en otra parte, justo la que corresponde a ese pasado. Sumida en esta conclusión a veces sólo me queda el llanto ya que la locura no cabe en el espacio que sigo teniendo asignado.

El problema de mi vida no es sólo la falta de correspondencia, y el resto de carencias que se hacen implícitas en el párrafo anterior, lo más grave, lo que potencia el que la situación se perpetúe es que no me considero una razón suficiente para aniquilarlo todo. Viajar sin... estar sin... vivir sin... es llevar mi soledad y mi circunstancia a otro lugar sin solucionar nada. El error ha sido no encontrar en mí nunca la razón más importante.

Pero estoy gastada, y cuando uno se siente de esa manera sólo ve culpas ajenas, y te estalla la cabeza con los gritos y las histerias que no tienes por qué aguantar.

Supongo que me jode asumir que soy una tortuga, y que ya da igual quién hizo que creciese así, ¿quiero seguir viviendo de esta manera?

Nadie va a ayudarme.