martes, 18 de diciembre de 2012

el universo...

Hablar del universo suele ser una ventana abierta hacia mis traumas y mi fobia irracional hacia la muerte. Es algo que mi hermano sabe, pero que no suelo comentar.

Sí, sí que es verdad que muchas veces pienso que tener un hijo es un acto, en parte, egoísta. La gente engendra vidas por autosatisfacción sin pensar realmente qué vida está ofreciendo a ese nuevo ser. No se piensa en el día en que tengas que explicarle que va a morir, que ésto es pasajero, que le has condenado a un tiempo limitado, que es el único que tendrá. Siento el mismo pánico que sentí el día que lo descubrí, que pensé que mi madre moriría sin pensar hasta minutos después que yo también lo haría. Horror, desesperación, vagar por la habitación como posesa...

Algunos otros tienen descendencia para no quedarse solos, para que alguien les cuide. ¿De verdad estas motivaciones son lícitas? Y por otra parte ante la cuestión de si otros no pueden tener y que si teniendo la oportunidad no se aprovecha... Tenemos la oportunidad de hacer muchísimas cosas que no tenemos por qué hacer, para mi en tal caso sería un acto de honestidad y verdadera generosidad el ahorrarle ese tipo de sufrimiento a mi hijo, mi vida, esa parte germen de mi cuerpo y otro cuerpo, lo más preciado que pudiera imaginar. De antemano el pensar en alejarle de esa tortura que me inunda ya es un acto de gentileza y amor. No sé si puede comprenderse.

Aún así, por supuesto, no he descartado la idea de hacerlo, de poder concebir. Sí que hay cosas hermosas aquí por las que merecería la pena estar. Que esta experiencia dolorosa y gozosa es lo único que existe para la raza humana. Que no tenerlo implica seguir reduciéndolo a la nada y a lo inmaterial.

El verano de 2010 estando en Ibiza comenzaron unos fuegos artificiales junto a la playa. En ese momento estábamos tomando una cerveza en una terraza, así que nos aproximamos a la arena. Era ya de noche, estaba fresca, era fina y se notaba limpia. Las luces reflejaban en el mar desde lo alto, con juegos de formas y sonidos, y luego se extendían a una especie de isla donde continuaban estallando. La gente nos rodeaba mirando al cielo. Estaban nuestros amigos, amigos ya lejanos, pero en ese momento me encontré sumida en la soledad de mi propia experiencia, volcada en la contemplación y pensé... Pensé que estar allí era maravilloso, que gracias a momentos como ése la vida tenía sentido, que debía tenerlo más en cuenta, que era un paraíso, no sólo la isla (que ya conocía), todo, el poder estar allí dilucidando eso mismo, a pesar de lo horrible que resultó ese viaje. Supongo que llegado el momento pensaré en lo bueno que podría descubrir a esa futura personita desde la más absoluta humildad, asustada, cargada de responsabilidad, pasando por alto ese egoísmo que percibo a veces en quien no se pregunta tanto acerca de esta cuestión.

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