jueves, 12 de mayo de 2011

Ángeles de pelo dorado

Ayer, después del terremoto, decidí salir de casa. Tenía aún la duda de si presentarme al Creajoven o no en la modalidad de literatura, ya que en todo lo demás se han pasado los plazos... (no porque no los tuviese controlados). No me pinté los ojos. Me hice un moño de samurai horrible con un turbante de coletero en el que recogí todo el pelo y me vestí. Fui andando hasta el centro, con las gafas de sol por si lloraba. Hice las fotocopias y me senté en Santo Domingo a leer un poco, igual para convencerme de que no tenía sentido. A la tercera hoja, justo en el fragmento de mi infancia en San Antolín, llegó una niña. No le importó que estuviese leyendo. Ni siquiera me preguntó mi nombre. Me dijo que íbamos a jugar con una pelota naranja que tenía en la mano. La había encontrado en el suelo, en ese mismo jardín. Me la pasó sin darme más opción.

Me dijo que le gustaba mi moño, que porqué lo llevaba. Me dijo que le gustaban mis uñas, que eran rojas brillantes y bonitas (Dos cosas increíblemente buenas que ninguna persona adulta habría apreciado en mi ese día, ni siquiera yo).

Al rato se cansó, me preguntó qué leía. Me dijo que le leyera mi cuento. Le dije que era posible que quizá no lo entendiese, me dijo que lo entendería, que leyese. Le leí algunas cosas, de mis cometas con hilos y bolsas, de pintar debajo de la mesa del salón, de las pegatinas de los chicles...

Quería seguir jugando. Así que guardé todo. Le dije que con quien estaba. Su papá era un chico joven que estaba sentado en el banco de enfrente. Dijo que no importaba que hablase conmigo, que estaba cerca. Su papá era realmente joven para tenerla a ella.

Pero no importaba nada. En ese momento era la niña más dulce y más bonita del planeta, que no me dejaba leer para que no llorase, que sonrería todo el rato, hacía estrategias y saltaba como un cabritillo detrás de la pelota naranja. El sol hacía ese naranja muchísimo más eléctrico.

Al rato su papá cambió de banco y se vino al nuestro. Era poco hablador pasaba bastante de ella, pero sonreía un poco cuando decía alguna cosa aún más brillante que su pelo. Su papá tenía una carpeta con papeles del servicio murciano de salud, creo, e intentaba mirarse los temas, o a saber. Eso a ella le importaba poco, ya que su papá estaba tenía que jugar con nosotras también.

Me pasé más de media hora jugando con su papá, al que le cogía de la perilla cada vez que hablaba con él, cosa que me hacía un montón de gracia, y con ella. Luego jugamos a juegos de manos, de los que siempre juegan las niñas, y a otro muy chulo con los zapatos que me enseñó ella. [Y el zapa teeero limpia zapaaaa tos, uuu nos ne gros y ooo tros blan cos]

Su papá dijo de irse, así que le dije que otro día jugaríamos. Al despedirse me dijo al oído que la próxima vez jugaríamos a lo que yo quisiese.



Esta mañana he llevado los papeles. Sin pensar más en si estaba mejor o peor.

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