Para mí no es un problema en absoluto, de hecho, hace poco me fue preguntado qué nombre uso para llamarme a mí misma. Sinceramente, yo no necesito llamarme, y si lo hago es en boca de otros, es decir... digamos que mis amigos en distintos ámbitos me llaman de manera distinta a lo que lo hacen mis padres u otras personas, y por otro lado yo ideé llamarme Lash por tener un término que me identificase en relación a una experiencia concreta, simbólico, elegido por mí y no dado por otros. Pero cuando estoy sola no necesito llamarme Michigan, Cami, Lash, Heisenberg o ningún otro a menos que lo rememore en labios de otra persona. Soy reconocible, me percibo como un todo al margen; ese todo que mi hermano temía que fuese irreconocible y nuevo. Para mí el yo tiene una continuidad, cambia pero permanece.
Supongo que en mis múltiples interacciones y apelativos me reconozco, y es precisamente esa parte múltiple y fluida de lo que en sí mismo es continuo. Digamos que la identidad es una materia que puede cambiar de color y forma sin cambiar por ello su composición primigenia. En palabras de lo que sería mi proyecto acerca de la interacción entre poliestireno extruido y disolvente orgánico diría que no se trata de rupturas y formación de nuevas moléculas, es decir, no se producen cambios en la naturaleza química de la sustancia. [...] Las moléculas siguen siendo las mismas, su naturaleza o identidad no cambia, y son sólo algunas interacciones o la aparición de otras moléculas las que hacen que el conjunto cambie. Se podría describir entonces como cambios químico-físicos a nivel microscópico que producen enormes cambios a nivel macroscópico.
Somos elementos orgánicos a fin de cuentas. Funciona igual.